miércoles, 19 de agosto de 2009

Padre Nuestro pindonga.


Advertencia temprana: el siguiente es un análisis espontáneo, improvisado, informal y carente de investigación previa o seriedad académica alguna, por lo tanto no debería ser leído ni difundido por nadie en absoluto. Ni Blogger ni yo nos hacemos cargo por susceptibilidades con moretones ni nada por el estilo.
Posesivos y adjetivos.
El Padre Nuestro debe ser la más difundida y reconocida de las oraciones cristianas, también la que mejor resume el sistema de creencias del cristianismo y define a la doctrina en sí. Pero más allá de sus orígenes efectivos (según Mateo y Lucas fue compuesta por Jesús el Nazareno en persona) cabe interpretarle en su rol actual y funcional. La lectura hermenéutica que carga los cucharones canosos de historicidad interpretativa son interesantísimos -y lo digo sin sarcasmo- pero esa labor se la dejo a los filólogos especializados en tales menesteres, ya que disfruto sobremanera leyéndolos como tantos otros. Pero ahora me compete la oración en sí, la obra por la obra misma.
Cuando rezamos, cuando rezan los niños en los colegios y los devotos en las iglesias y los creyentes full-time arrodillados junto a la cama, ¿qué dicen? Repiten, sí, y cargan de sentido particular (tal vez) cada palabra, pero dicen algo, todos lo mismo, cientos de millones en el mundo. Entonces, me interesa, ¿qué es lo que dicen?
Quiero saber qué significa este poema para un tábula rasa, para un desprejuiciado de pocos años que escucha y absorbe y repite esto tan literalmente; ¿qué interpreta él? Cuando se calla en medio del rezo grupal y observa a su alrededor ese ejército de jóvenes disciplinados, alineados, engominados y lavados de cabeza a pies, ¿qué oye?
Seamos esos oídos nuevos por un instante. Dale mecha al cassete y vamos con esas piernas...:

Padre Nuestro
; título y primer verso (como en el Rock); habla de Dios, parece obvio, pero más específicamente habla de un Dios varón y soltero (desconozco el Madre Nuestra), y a su vez propio, se refiere a un padre que nos pertenece, única excusa para adjetivarlo posesivamente como nuestro. Al decir que es nuestro se le está protegiendo de alguien más (qué sentido tiene marcar como propio algo si no hay nadie de quien cuidarlo), se está diferenciando con claridad la pertenencia de este Dios propio y no ajeno. Es nuestro y de nadie más, bienaventurada la propiedad privada, que Adam Smith llegó como dieciocho siglos tarde; que estás en los cielos, por ende, que no está aquí. Resulta algo contradictorio considerando que se le adjudica una omnipresencia inapelable y tal vez, a mi gusto, algo presuntuosa, una de esas contradicciones que no escasean en las sagradas escrituras, y que pueden llegar a confundir a un pibe preguntón; santificado sea tu nombre, este verso cumple una función simple y abundante en la fe cristiana: mostrar devoción, esa devoción absoluta y constante que según las tablas de Moisés nos fue impuesta por el mismísimo creador que al parecer era tan creativo como vanidoso (en ese momento, al menos), como todo gran artista, y que nos intima a Amar a Dios (a él mismo) sobre todas las cosas. Esta devoción suena y huele a obsecuencia, chupamedismo por interés divino, que les permite en el verso siguiente pedir...: venga a nosotros tu reino, claro que se veía venir el mangazo. El gran problema (bah, uno de los más grandes) de la moral cristiana es que todo se articula para llevar al creyente a respetar una serie de premisas verticales a través del chantaje o la amenaza, relegando la posible bondad innata a una situación complicada de inexistencia real. Aquél que naciere bueno estaría igualmente obligado a serlo, ante el riesgo de arder por siempre en las llamas del averno, por lo tanto, poco vale la espontaneidad de su bondad; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, es por demás curioso (sobre todo en lo semántico) que se le ordene hacer su voluntad, puesto que al hacerlo ya estaría "haciendo" la voluntad del que se lo ordenó, además, gran Dios el que intimida y obliga a amar pero luego se deja mandonear por sus fieles; danos hoy nuestro pan de cada día, esto no puedo evitar interpretarlo como una axiomática llamada a la vagancia, a la fatalmente pecaminosa pereza, da por entendido que el comer no depende del trabajo sino de una eficaz sobada de vanidad al todopoderoso, e insiste en el adjetivo posesivo que distingue de los demás pueblos, es nuestro pan, no el de ellos, que no se nos olvide. El que pidan el pan de cada día es lógico si consideramos que en el siglo I no conocían los conservantes ni las heladeras; y perdona nuestras ofensas, ésta es genial: se pide perdón de antemano al redactar una disculpa que se repite a diario (más de una vez por día incluso) independientemente de las ofensas cometidas o por cometer, como en el cristianismo la salvación depende del perdón, la disculpa toma un lugar mucho más importante en la ecuación que el mismo pecado, poco importa el delito siempre y cuando se haya solicitado el perdón, esta acción es la simple insistencia en la relación de poder establecida entre Dios y hombre, acudir a ella no es más que confirmar la autoridad, decirle de nuevo Ud. manda, sabiendo sin saberlo que el peaje al cielo pasa, como en el amor, a través de la vanidad, en este caso vanidad celestial; como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, y si la anterior era genial, ésta es sublime, se le indica a Dios, a la magnánima y misteriosa deidad creadora, cómo perdonar, se le explica, se le pone un ejemplo para que entienda cómo se perdona, y el ejemplo es nada más y nada menos que el mismo hombre, perdonad como nosotros, sed piadoso como nosotros, aprended de la piedad del hombre, oh, santísimo, y luego juzgadnos a nuestra propia imagen y semejanza, ¿eh?, ¿qué tal?, y cerramos con: no nos dejes caer en tentación; ergo, si caemos en tentación es culpa tuya, distraída eminencia universal, nosotros somos humanos y tenemos deslices, es tu labor, entonces, evitar que nos tiente el destino, no nos hacemos responsables, aunque un par de versos atrás te pedimos perdón por las dudas; y si no estabas ocupado dándonos de comer, desviándonos de la tentación y aprendiendo a ser piadoso como nosotros, te solicitamos un último favor (vale, tanto lamer de botas no va a ser por unas pocas chirolas): y líbranos del mal, ya que estás ahí, digo, al tanto de nosotros y luchando en los tribunales celestiales por preservar nuestro libre albedrío, ponete las pilas y protegenos también del mal, cualquiera o quienquiera que sea, es como contratar un seguro eterno contra todo a cambio de módicos pagos diarios de obsecuencia y adulación, no es un mal negocio, tiene lógica, al fin y al cabo al cristiano y al judío no los distinguen más que un par de libros santos, un mesías y un pedacito de piel.
Amén.
Es probable que ese pibe termine ojiabierto, confundido, despeinado por dentro, y puede que vuelva a su casa, camine la adolescencia y fermente por años el descreimiento para al fin volcar unas gotas de escepticismo torpe en algún rincón de la web que le reciba. Pero también es probable que no sea el único.


Advertencia tardía: la función de este texto no es menoscabar la fe cristiana ni derrumbar las estructuras morales (demostradamente tenaces) de ningún creyente, sólo se busca recomprender una oración que la rutina aleja del juicio profundo, como esa canción que cantamos desde siempre y cuando nos detenemos a pensarla nos sorprende. No está de más volver cada tanto sobre lo conocido, a ver si lo apreciamos como la última vez que reparamos en ello; o a ver si no.

martes, 4 de agosto de 2009

Uno… Dos… Un, dos, tres, VA.


Gente, hay que empezar.

Sí, sí... Bancá. Es que no sé cómo.

Para hablar pavadas tendré tiempo... Hay que entrar con algo intenso, místico si se puede.

Ahí va.

¿Empezar hablando de la muerte? No sé. Me da vendedor de seguros, detective forense, Crónica TV, doctor pesimista, funebrero optimista.

¿Empezar hablando de la vida? Buckay se sube alteradísimo los pantalones y le dice a Narosky “démosele a ese para que sepa quién manda acá”, Narosky traga y dice "Dale!". No da.

¿Y empezar hablando del más allá? No sólo es un tópico áspero y puramente especulativo, sino que es como sugerir que no hay nada para decir del más acá; es decir “ya lo entendí todo” o decir religiosamente “no lo entendí ni me importa”.

Empezar callándome parece prudente, dejaría un conveniente halo de misterio que bien puede encubrir la más brillante sapiencia como la más elaborada ignorancia. Hace un par de ratos se quejaba Zaratustra del que enturbiaba sus aguas para que parecieran profundas.

¿Cómo empezar entonces?

Dicen que el primer paso es admitir que tenés un problema… {hic} …pero Arjona me ha quitado las ganas de hablar del “problema”, junto con las ganas de prender la radio y las de vivir en general...

Bueh, volvimos al tema de la vida.

Es pegajoso como el tema del verano, sí, pero hay que hablarlo cada tanto, toquetearlo un poco, amasarlo, engrasarlo. No sé, me parece que hay que estar preparado al menos.

Nunca falta un interlocutor desconsiderado

o un dj cósmico y ansioso

que antes de lo esperado

va y nos cambia de tema.